jueves, 30 de marzo de 2017

La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 1). Lluís Torrens y Eduardo González de Molina Soler

Extraído de:
Afirmaba Napoleón Bonaparte que «el trabajo es la guadaña del tiempo», que sega nuestra vida y reduce el tiempo de disfrute de nuestra propia existencia en la Tierra. Todos los literatos, poetas y filósofos que han entendido que morimos en cada instante, que nuestro tiempo de vida es una fuente limitada que nunca volverá, nos recuerdan que «el tiempo no es oro, el tiempo es vida». ¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar? Esa sigue siendo la cuestión central.

No obstante, en tanto el trabajo siga siendo una necesidad vital para la reproducción de la sociedad, seguirá siendo central en nuestra vida: seguirá determinando el modo por el cual nos insertamos en la sociedad, nos ubicamos en el espacio social, nos posicionamos al interior de una trayectoria de vida donde el trabajo recorre transversalmente todas sus fases: nos educamos para trabajar, trabajamos para vivir y nos jubilamos en condiciones proporcionales al conjunto del trabajo cotizado realizado. También nos dota de un recorrido laboral que nos provee de un marco de relaciones sociales entorno a un estatus social dado. El trabajo además es fuente de parte de nuestra identidad, construye parte de nuestra subjetividad, es el escenario donde desarrollamos nuestra individualidad y nos sirve como horizonte de realización personal. Nos proyecta hacia el futuro, nos construye un proyecto de vida. El trabajo ordena y disciplina a la vez que nos satisface y nos reconoce.

Podemos observar la naturaleza contradictoria del trabajo: a la vez carga y a la vez alivia, a la vez es un derecho y a la vez es un deber, a la vez nos desarrolla y a la vez nos sujeta. Estas reflexiones han atravesado toda la filosofía occidental y desde la gran democracia ática conocemos la relación fundamental entre libertad y trabajo: recuérdese la distinción clásica entre el ocio —tiempo libre— y el negocio —la negación del ocio: trabajar—; por eso, el hombre ocioso, era considerado libre y virtuoso frente al trabajador asalariado, considerado no-libre y vicioso. Por ello, Karl Marx y Friedrich Engels situaron el punto fundamental del proyecto emancipador ilustrado del socialismo en el salto «desde el reino de la necesidad al reino de la libertad», entendiendo el reino de la necesidad como aquel estado donde el trabajo es impuesto por la necesidad y la coacción de los fines externos, mientras que el reino de la libertad

sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo este un reino de la necesidad (...) [entonces] el verdadero reino de la libertad (...) sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo. (Marx, El Capital Tomo III; NdA: subrayado nuestro).

La garantía del tiempo libre pasa, en las condiciones actuales, por aumentar el tiempo de ocio; y la condición básica de posibilidad para ello es la reducción de la jornada laboral. A esa medida vamos a dedicar el resto del artículo, aterrizando la propuesta de la reducción de la jornada laboral en el contexto español y tomando en consideración dos fenómenos fundamentales: el desempleo crónico español y la 4ª Revolución Industrial que pueden convertir a la reducción de la jornada laboral, no solo en una cuestión normativa —es decir, idealmente deseable—, sino también en una cuestión imperativa —como necesidad ante las nuevas y futuras condiciones de empleo—.

El desempleo crónico español

Los análisis sobre el desempleo estructural y crónico español son abundantes. La atención mediática y política puesta en ello es abrumadora —y lógica por la magnitud real del problema y la preocupación ciudadana—. Recientemente hemos visto cómo la tasa de paro ha disminuido por debajo del 20% después de 6 años. Según el último dato disponible de paro (T3/2016) hay 4.320.800 de parados: el 18,91%, además, técnicamente desde 2014 estamos ya en un ciclo de bonanza económica (3,2% de crecimiento PIB en 2016). Estos datos parecen avalar el relato mainstream de los medios de persuasión conservadores y de la propaganda del Gobierno: «España va bien» ¿Asunto zanjado entonces?

No obstante, la situación del empleo en España presenta muchas más aristas: en primer lugar, la profundización de la dualidad del mercado laboral, donde la brecha entre indefinidos y temporales se ensancha cada vez más (9 de cada 10 contratos nuevos son temporales) convirtiéndonos en el país de la Eurozona con mayor tasa de temporalidad, un 27%.

En segundo lugar, la contrarreforma laboral y la política de devaluación salarial ha provocado el auge del fenómeno de los trabajadores pobres, llegando hasta el 14,8% en 2015 ¿Qué significa este fenómeno? En Román paladino: tener empleo ya no es una garantía del bienestar y no salva de la pobreza. Además esta política ha devaluado los salarios reales en un 5,8% y ha reducido los costes laborales unitarios (CLU) en términos reales un 15,4% entre 2009 y 2013. A nivel de salarios, el 10% de los trabajadores cobran el SMI (655,20€) y 1 de cada 3 trabajadores vive con un sueldo por debajo de los 972 euros, el 60% del salario medio.

En tercer lugar, el empleo creado está principalmente en el sector servicios —turismo fundamentalmente— y por tanto, se profundiza el modelo productivo español de bajo valor añadido y fuertemente procíclico. Vista la escasa y decreciente inversión en I+D+i (1,24% del PIB el 2015 frente al 2,01 % de la UE) y la reducción de esa inversión en 2.845 M€ en seis años parece que no hay voluntad política de cambiarlo.

En cuarto lugar, los efectos sociales de esta situación de empleo se hacen notar en los hogares y sus condiciones de vida: todavía 1.438.300 de hogares tienen a todos los miembros en paro, la tasa de paro juvenil sigue siendo alarmante: alcanza el 46,48% y sigue habiendo 2.154.100 de parados de larga duración.

Por último, es preocupante la polarización en la cualificación de los trabajadores, tenemos a un sector manifiestamente subcualificado y otro claramente sobrecualificado, en conjunto hay un 33% de trabajadores que cuya formación no casa con las necesidades del mercado.

La precariedad, la pobreza laboral y la desigualdad salarial son los tres conceptos centrales que permiten caracterizar la actual situación del empleo en el Reino de España. Además de este resumen a vuela pluma, nos queremos centrar en dos datos que nos permiten ver, no solo la situación coyuntural del empleo en España, sino también la crónica y estructural problemática del desempleo.

Si estudiamos la evolución del paro en el Reino de España desde 1978, podremos observar que en 26 de 38 años —más de dos tercios de un período equivalente al de la dictadura franquista—, el paro ha superado el 15%, tanto en momentos de bonanza económica como de crisis, con un rango que va desde el máximo histórico (27,2% en 2012) y el mínimo (7% en 1978) y con un promedio de 15,17%. Este simple dato nos permite capturar la magnitud y la profundidad del desempleo crónico y estructural del modelo productivo español, que inclusive en el punto álgido de la burbuja inmobiliaria, el paro no descendió del 7,9% (2007) pese al potente crecimiento económico experimentado la década anterior (1997-2007) del orden de 4,28% de crecimiento promedio interanual.

El segundo dato importante a destacar, es que la medición estándar y oficial de paro —establecida bajo los criterios de la OIT— es manifiestamente insuficiente: por un lado no considera a las personas desanimadas como parados, tampoco cuentan los que no buscan empleo, pero desean trabajar y por otro lado no cuenta «el paro a tiempo parcial o subempleo». Estas críticas sí son consideradas en la estadística oficial de EEUU, el Bureau of Labor Statistics mide 6 tipos distintos de paro, siendo para nuestros intereses los 4 últimos los que reflejan esta crítica. De ese modo podemos tener una tasa de paro (U3) que cuenta a los desanimados (U4), a los que no buscan pero desean trabajar (U5) y a los trabajadores involuntarios de jornada parcial (U6). Quedaría por contar el empleo de la economía sumergida, que reduciría la tasa de paro y a la inversa, los trabajadores autónomos que en realidad quisieran trabajar por cuenta ajena: 7 de cada 10 según un estudio, y los activos salidos del país —inmigrantes retornados o nuevos emigrantes—, que aumentarían nuevamente el paro.

Si tomamos esta forma de medir el paro con los últimos datos disponibles (T3/2016) podemos observar como la tasa de paro total (U6) está en un 29%, 10 puntos porcentuales más que la actual tasa de paro (18,9%).

Si tomamos estos datos en la perspectiva de las 4 últimas décadas de democracia, podemos afirmar que, en caso de mantener el deseo socialdemócrata-keynesiano del pleno empleo como objetivo de política económica, en las condiciones actuales de España, además de realizar un necesario cambio en la matriz productiva, es imprescindible el reparto del trabajo remunerado. O lo que es lo mismo, la reducción de la jornada laboral. Pero es que además se nos aparece un fenómeno en auge: la revolución digital, la robotización y la automatización creciente de los empleos ¿Qué efectos tendrá esto sobre el empleo en España?

La 4ª Revolución Industrial: los efectos esperados de la robotización

En febrero de 2016 la multinacional taiwanesa Foxconn —el mayor fabricante de móviles del mundo, ensamblando para Apple, Samsung, Acer, etc.— anunció que sustituirá al 55% de su plantilla (60.000 empleados) por robots. Según el Bank of America Merrill Lynch (2015) el valor global del mercado de la robótica ascenderá de los 32.000M€ actuales a unos 142.000M€ en 2020. Coches sin conductor, máquinas que ganan campeonatos mundiales de ajedrez y Go, big data, Internet de las cosas, Inteligencia artificial, Impresión 3D, nanotecnología, biotecnología, digitalización… Al parecer la innovación característica de esta nueva revolución técnica es la Inteligencia artificial, la digitalización, la machine learning y los sensores avanzados (Velázquez y Nof, 2009). Según el Foro Económico Mundial (2016), en su informe The Future of Jobs: «La 4ª Revolución Industrial ya está aquí y, como no espabilemos, su impacto social va a ser mayor que el de todas las anteriores». Y le ponen cifras: a nivel global se destruirán 5,1 millones de puestos de trabajo netos entre 2015 y 2020.

Las visiones futuristas de una sociedad sin trabajo a causa de la robotización del empleo se han vuelto a instalar en el imaginario de muchos —el 52,1% de españoles cree que serán sustituidos por robots— y su repercusión mediática es cada vez mayor. Sin embargo, como todo análisis de prospectiva —es decir, de futurología—, corre muchos riesgos: el futuro es por definición incognoscible y cualquier instrumento de predicción es también por definición simplificador de una realidad compleja e inconmensurable. No por ello es inútil realizar estas predicciones, y de la rigurosidad y honestidad con la que se lleven a cabo estos análisis dependerá la robustez de los resultados en su objetivo fundamental: captar las tendencias futuras. Existen tres grandes corrientes para explicar los efectos de la automatización en el empleo, los tecno-optimistas, los del fin del trabajo y los indecisos. Veamos cómo está el estado del arte:

Los tecno-optimistas comienzan afirmando que el resultado neto entre destrucción de empleo y creación de nuevos empleos de las tres revoluciones industriales pasadas es que al tiempo que creció la productividad creció el empleo (Autor, 2015) ¿Por qué? Si el progreso técnico se traduce en ganancias de productividad, esta es fuente de crecimiento económico dado que libera poder de compra que permite que suba la demanda, y como se sabe, el aumento de la demanda produce oportunidades de empleo. Aunque siempre en los procesos de innovación tecnológica hay «destrucción creativa», se ha demostrado que si unos sectores destruyen empleo y aumentan productividad, otros sectores reciben demanda y aumentan el empleo (Katz y Margo, 2013), aunque, no hay que olvidar que siempre hay un «desplazamiento», donde los empleos creados son muy diferentes a los que desaparecen, y son por lo general más cualificados.

Además, sin estar dentro de los tecno-optimistas, algunos economistas heterodoxos critican también a las otras corrientes que creen que esta vez tendremos una pérdida de empleos neto, desde el marxismo Husson (2016), nos habla del «gran bluff de la robotización», criticando los discursos proféticos de algunos autores, que no hacen más que revivir el viejo canto ludita. Desde los postkeynesianos, Mitchell (2016) crítica también la perspectiva pesimista y consideran que, incluso si esta vez es distinto, el desempleo tecnológico no es una fatalidad en la medida que depende de las políticas públicas, dado que un Estado con un manejo científico de la política monetaria y unas políticas de empleo garantizado podrá conseguir el pleno empleo allí donde se lo proponga —aunque sus ejemplos siempre se refieren a países con niveles de paro mucho menores que el nuestro— . Por último, desde una parte de la economía ecológica, Van den Bergh et al. (2013) remarcan el inseparable vínculo entre el consumo energético y el crecimiento económico, habitualmente olvidado por la economía ortodoxa. Así, el proceso de robotización conllevará un incremento en la demanda energética —es decir, la demanda de combustibles fósiles— y habida cuenta del previsible aumento del coste de la energía, por el agotamiento de la energía barata, podría ocurrir que el trabajo robotizado no fuese rentable.

Desde las filas del fin del trabajo nos aseguran que esta vez es distinto, según la consultora Boston Consulting Group (2015) en The robotics revolution aseguran que «la revolución robótica está lista para llegar». Por primera vez, el retorno de la inversión en robotización será atractivo a gran escala. Se pasará de un 3% de crecimiento anual de la robotización a un 10% durante la próxima década. En algunas industrias llegarán hasta un 40% de robotización. Se ganará en productividad de manera impresionante y el concepto de competitividad cambiará. ¿Por qué existiendo ya la tecnología no se ha difundido ampliamente? Por pura razón económica: todavía los costes son más altos que los beneficios. Algo que va a cambiar ya: se estima que en EEUU, si ya en la industria automotriz, la automatización es una realidad, donde el salario/hora humano es 24$/h —salario y coste de operación ajustado por precio y rendimiento—, mientras que el de los robots es de 8$/h. En los equipamientos eléctricos para 2018 el ratio $/h será favorable para los robots y en mercado mobiliario se espera para 2023.

También nos encontramos dos de las obras más mediáticas que encabezan esta perspectiva: El fin del trabajo de Jeremy Rifkin (1995) y El auge de los robots de Martin Ford (2016), ambos trabajos dan cifras escalofriantes: están en riesgo 90 de 124 millones de empleos a escala global, el desempleo tecnológico en los países industrializados podría llegar hasta el 75%. Formarse ya no proporcionará una ventaja competitiva en el mercado laboral dado que la inteligencia artificial reemplazará empleos cualificados, como el robot médico Watson de IBM o el robot financiero Indexa capital. Por el lado más académico, un paper con una repercusión académica y también mediática muy elevada fue The future of employment de Frey y Osborne (2013) que predijeron para EEUU que existe un 47% de empleos en alto riesgo de automatización en las próximas dos décadas. Los empleos más afectados son en transporte y logística, los trabajos administrativos y el sector servicios. Siguiendo la misma metodología que Frey y Osborne, Bowles (2014) en Bruegel estima que a nivel de la UE el riesgo de automatización es aún mayor: el 54% de los empleos, siendo el Reino de España uno de los que más riesgo tiene: el 55,3%. Por su parte, la consultora McKinsey & Company (2013) estima que a nivel global se podría automatizarse hasta el 45% de las tareas.

Los indecisos no asumen ni que esta vez será exactamente como las anteriores revoluciones industriales, dado que esa evidencia histórica es solo una «simple constatación, no una ley de la economía que vaya a aplicarse en cualquier circunstancia», ni que estemos ante el fin del trabajo, criticando a estos autores por cuestiones metodológicas, por ejemplo, se le cuestiona a Frey y Osborne que en lugar de usar las tareas automatizables usaron las ocupaciones, sin tener en cuenta que una ocupación tiene varias tareas, unas más automatizables que otras, dando lugar a que las ocupaciones de los trabajadores más cualificados, pese que algunas tareas sean automatizables, sean muy difíciles de automatizar en su conjunto. Opinan que, habiendo incertidumbre, hay tendencias observadas que muestran que esta vez se podría producir un gap neto —por lo menos a corto y medio plazo— entre el empleo nuevo creado y el empleo destruido, destruyendo más empleo rutinario y creando menos empleo no-rutinario ¿El resultado? el incremento de la desigualdad. Algo observado empíricamente por Eden y Gaggl (2016) en On the welfare implications of automation:

En su estudio se puede observar una tendencia de las 4 últimas décadas en EEUU de disminución de la participación relativa de los ingresos procedentes del trabajo rutinario en el total del PIB a la vez que hay un incremento de la participación de los ingresos del trabajo no-rutinario en el PIB. No obstante, este proceso no ha sido equilibrado, produciéndose un efecto neto de -7% de la aportación del trabajo al PIB, lo que a su vez resulta en un incremento de la desigualdad. Las tendencias futuras parecen que van a reforzar este proceso.

Otros estudios, como el de Brynjolfsson y McAfee (2012; 2014; 2015), nos hablan de una «segunda edad de la máquina», y creen que habrá un impacto sustantivo en las economías. Basándose en la teoría del «skill-biased technical change» (STBC) afirman que habrá ganadores y perdedores porque la innovación técnica ha producido que la demanda de trabajo sobre los trabajadores poco cualificados haya disminuido mientras que aumentó la demanda de trabajadores con alta cualificación. Por su parte, el dictamen del Comité Económico y Social Europeo (2016) concluye que si bien la digitalización producirá ganancias de productividad, no se conoce con precisión la repercusión sobre los niveles de empleo, aunque está claro que la tendencia futura será negativa para el mercado laboral y la organización del trabajo. En el contexto español, la consultora Adecco (2016) a través de una encuesta a expertos en RRHH afirma que en el futuro el impacto con mayor influencia en el Reino de España serán los «avances tecnológicos» con 4,8 sobre 5 de promedio, y de esos avances tecnológicos, la «robotización del trabajo» tendrá un impacto sustantivo (3,85 sobre 5 de promedio).

Para terminar, otro informe reciente y que intenta suplir algunas deficiencias de los anteriores: The Risk of Automation for Jobs in OECD Countries de Arntz, Gregory y Zierahn (2016), utiliza una metodología donde tiene en cuenta la heterogeneidad de las tareas dentro de los trabajos y llega a las siguiente conclusión: de forma moderada si habrá destrucción de empleo neto —no en la escala esperada por los más alarmistas—, aunque de forma desigual según cualificación. Estos dos últimos resultados se cifran: del conjunto de la OCDE, el promedio es que el 9% de los empleos están en alto riesgo de automatización. Para el caso español es más alarmante: estamos junto con Austria y Alemania a la cabeza con un 12%. Y respecto al riesgo de robotización según nivel de educación del trabajador, el siguiente gráfico habla por sí solo:

En definitiva, incluso tomando el dato más prudente, si el 12% de ocupaciones son automatizables en el Reino de España, afectando con más intensidad a los menos formados —agravando la ya grave problemática del atraso crónico educativo y de las elevadas tasas de abandono escolar—, se produciría una profundización del patrón de dualidad, polarización y desempleo crónico y estructural del mercado de trabajo español.

Entonces, una reducción generalizada de la jornada laboral para su reparto se presenta como una condición necesaria a la par que deseable, si se quiere disminuir el paro en el Reino de España. Hasta hace poco no parecía que se fuera a cumplir aquella famosa predicción de Lord Keynes (1930) de que en 2030, a causa del desarrollo tecnológico, trabajaríamos 15 horas a la semana ¿O sí? Con los datos de la contabilidad nacional si dividimos el total de horas trabajadas en el Reino de España el 2015 por la población entre 16 y 64 años, el promedio es de 19,96 horas semanales cuando fueron 22,51 el 2008. A este ritmo llegamos a las 15 el 2030… ¿El problema? Estas horas están desigualmente repartidas, mientras unos trabajan remuneradamente 0 horas, otros pueden llegar hasta las 12 horas diarias.

Dejamos para una segunda parte las potencialidades y posibilidades de la reducción de jornada laboral[1].



[1] En un próximo artículo (parte 2) terminaremos analizando la propuesta de la reducción de jornada laboral en el caso español y relatando cuáles son las tendencias de futuro que nos esperan.

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