viernes, 7 de octubre de 2016

Eduardo Garzón: La experiencia francesa en reducción de la jornada laboral

Artículo extraído de: http://eduardogarzon.net

Artículo publicado originalmente en el número 29 de La Marea
Mucho ha avanzado el ser humano en materia de reducción de la jornada laboral. Baste recordar aquellos primeros años de la revolución industrial y el logro que supuso la reducción a 12 horas diarias para los niños británicos en 1802, o la conquista de 10 horas diarias para varones menores de 18 años y mujeres en 1847. No obstante, desde el establecimiento de las 8 horas diarias (en España en 1919) muy poco se ha progresado en este sentido. La única experiencia importante al respecto ha sido la francesa a partir de 1998, pero desgraciadamente desde 2003 los sucesivos gobiernos galos fueron desmantelando esa nueva victoria de los trabajadores.

En 1998, bajo el lema de “Trabajar menos, para trabajar más personas y vivir mejor” el gobierno francés permitió a las empresas reducir voluntariamente la jornada laboral a los trabajadores a cambio de ayudas públicas y reducción de cotizaciones sociales en los nuevos contratos. Al año siguiente, la duración legal del trabajo se redujo a 35 horas para las empresas de más de 20 empleados manteniendo los mencionados subsidios. Finalmente, en el año 2002 se limitó la jornada laboral a 35 horas también para las empresas de menos de 20 trabajadores, aunque con unos resultados decepcionantes (sólo redujeron la jornada el 18% de ese tipo de empresas). A partir de 2003, se comenzó a revertir la tendencia facilitando la extensión de la jornada a través de horas extraordinarias, hasta llegar al punto en el que en 2008 el lema del nuevo gobierno francés rezaba “Trabajar más para ganar más”. En la actualidad, en Francia, la jornada de 35 horas semanales se considera una verdadera reliquia.
¿Qué efectos tuvo esta jornada de 35 horas semanales y qué podemos aprender de ello?
En primer lugar, durante los años de aplicación de la medida el PIB de Francia no disminuyó (sino que aumentó bastante, en torno al 2,5%) y la competitividad de su economía no se vio afectada tal y como temía la patronal francesa.
En segundo lugar, y tal y como se puede observar en el gráfico, durante los años en los que se aplicó la medida, el empleo aumentó notablemente. El debate gira en torno a si ese incremento en el número de ocupados se debió a la reducción de la jornada laboral o a las ayudas a la contratación que venían acompañando a la misma (amén de la influencia del ciclo económico que hasta 2001 fue muy positivo).
En tercer lugar, se desprende que hay empresas con mayor facilidad para reducir la jornada laboral sin reducir los salarios (lo cual supone un aumento salarial por hora) que otras. Las grandes empresas y las más rentables pudieron permitirse el lujo de aplicar la medida pero la mayoría de las empresas con menos de 20 empleados no pudieron hacerlo (a pesar de las ayudas públicas). En consecuencia, para reducir la jornada laboral la compensación que necesitan este tipo de empresas es mucho mayor que la que requieren las empresas más poderosas y rentables, y por supuesto mucho mayor que la que estableció el gobierno francés. De hecho, en la actualidad cobra importancia la posibilidad de que la reducción de jornada se haga disminuyendo proporcionalmente el salario (y lograr un reparto del empleo) pero que se compense con ayudas públicas a los trabajadores.
En cuarto lugar, en muchas actividades la reducción de jornada laboral fue sólo formal, ya que los trabajadores continuaron realizando exactamente el mismo trabajo, ya fuese incrementando la intensidad del mismo o llevándose el trabajo a casa. Esto tuvo como consecuencia que el 18% de los trabajadores encuestados para un estudio de la Universidad de Duisburg-Essen declarasen que su vida empeoró con la implantación de la jornada laboral de 35 horas.
En quinto lugar, quienes recurrieron más a la reducción de la jornada laboral fueron las mujeres trabajadoras, y particularmente las que tenían hijos menores de 12 años a su cargo. Esto evidencia dos cuestiones estrechamente relacionadas: 1) el trabajo de cuidados en el ámbito familiar recae fundamentalmente en las mujeres, y 2) medidas de reducción de jornada laboral que no vengan acompañadas de políticas que contribuyan al reparto solidario de este tipo de trabajo invisible tenderán a reproducir y perpetuar esta desigual distribución de las cargas familiares.
En definitiva, muchas son las enseñanzas que nos arroja esta experiencia relativamente reciente de reducción de jornada laboral, a la que hay que sumar las que nos depararán otro tipo de experiencias (muchísimo más locales) que se están llevando a cabo en la actualidad en países como Suecia. Sin ánimo de ser exhaustivo ni de cerrar el debate, parece que para que una política de reducción de la jornada laboral sea lo más exitosa posible se debe acompañar de 1) medidas que compensen el sobrecoste a las empresas menos preparadas o medidas que compensen a los trabajadores la reducción del salario aparejado a la reducción de la jornada, 2) medidas que eviten la intensificación del trabajo en el puesto de trabajo y blinden el tiempo de descanso, y 3) medidas que contribuyan a repartir de forma solidaria entre hombres y mujeres el trabajo de cuidados que se realiza fundamentalmente en el ámbito doméstico y mayoritariamente por mujeres.

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